Cuentos Inéditos

Un cuento de Reyes


Sueño de Reyes


Querido Sebastián:

¡Qué pena que ya no creas! Tal vez no es eso y te olvidaste nada más…
Pero llegamos con nuestras bestias cansadas, con hambre y sed y no hallamos agua ni alimento. Tampoco estaban tus zapatos, así que nos vimos forzados a esconder tu regalo, por lo que deberás seguir algunas pistas para encontrarlos.
Es nuestro deseo que siempre conserves las ilusiones y creas que los sueños son posibles. Es por eso que insistimos en seguir existiendo.
Un saludo afectuoso
Melchor, Gaspar y Baltasar.   

Esta nota encontré al despertar el 6 de enero.
¡Qué papelón! No sé como se me pasó. O sí sé. El día anterior había estado con Joaquín, un compañero de la escuela que no me quiere nada (En realidad creo que no quiere a nadie), que cuando salió el tema de los Reyes Magos, comenzó a burlarse y dijo que eso era para chiquititos, que no estábamos para jueguitos de Reyes y camellos.
Se ve que en algo me afectó porque a la noche me fui a dormir sin acordarme de dejar, como siempre como cada 5 de enero, los zapatos, el pastito y el agua.
En algún lugar de mi cabeza quedó dando vueltas el asunto, porque mi sueño fue de Reyes Magos.
Apenas cerré los ojos sentí que volaba sobre una alfombra que me llevaba rápidamente por encima de una ciudad llena de palacios.
Era una alfombra preciosa de color rojo con ribetes dorados y flecos tornasolados que ondeaban con el movimiento. Al principio la alfombra iba donde ella quería, pero a medida que pasaba el tiempo empecé a encontrar la manera de comandarla. Si torcía el cuerpo hacia un costado, la alfombra doblaba hacia ese lado, si hundía la cola, aceleraba y para frenar (tardé un rato en descubrirlo) tenía que levantar la parte de delante de la alfombra. Cuando me cansé manejar la puse en piloto automático (eso lo conseguí de casualidad, cuando moví la nariz porque me picaba) y siguió volando libremente hasta llegar a un hermoso palacio. De pronto la alfombra se detuvo cerca del piso y se enderezó de golpe, por lo que caí rodando por el suelo.

El piso brillaba como si guardara mil estrellas y me costaba ver por el reflejo.
Cuando pude conseguir aclarar la vista, delante de mí estaban ellos.
¡Guau! Nunca había visto un rey en persona y menos tres juntos!
¡Qué trajes!, ¡Que joyas! ¡Qué nariz! (Uno de ellos  tenía una nariz de veras impresionante)
Frente a tanto lujo y buen vestir, más desubicado quedaba yo, vestido con mi viejo piyama.
Melchor me habló con voz grave:
-¡Llegaste un poco tarde muchacho! Pero bueno, no perdamos más tiempo. Ya sabés lo que tenés que hacer: Allí tenés los elementos y apurate que en un rato tenemos que salir- dijo señalando a un costado.
Los elementos eran un balde con agua enjabonada y un cepillo, que estaban al pie de uno de los camellos, por lo que comprendí que mi tarea debía ser justamente lavar a los camellos.
No tenía idea de por qué me tocaba a mí, pero menos idea tenía de cómo iba a hacerlo.¡El más bajo de los camellos me llevaba como dos metros!
Entonces supe allí porque los Reyes eran Magos: Baltasar chasqueó los dedos y apareció una escalerita apoyada en el camello. No pregunté más, me subí balde en mano y empecé a lavar al camello.
Lo que más trabajo me dio fue la curvita de la joroba. Mientras cepillaba le hablaba al camello y él, cada tanto torcía la cabeza, me miraba con sus enormes ojos y movía las largas pestañas agradecido.
Pensaba que al terminar ese tendría que seguir con los otros dos, pero cuando iba bajando, vi a otros  dos chicos en piyama cepillando como locos.
-          ¡Hola!- dije
-          ¡Hola!- contestó uno pecoso y de pelo naranja.
-          ¡Ya terminé!- comenté alzando el cepillo.
-          A mí me falta la joroba.- dijo el otro chico que parecía japonés.
-          ¿Ustedes saben como fue que llegamos aquí?- pregunté.
-          Yo en alfombra- dijo el pecoso.
-          Yo también- aseguró el ponja.
-          ¡Sí! Yo tamibén, pero quiero decir, por qué razón.
-          ¡Ah no, ni idea! Solo espero que cuando terminemos nos dejen volver a casa a tiempo para poner los zapatos.- afirmó el niño de pelo naranja mientras fregaba una oreja del camello.
-          Yo también. Después de este trabajo, espero que me traigan un buen regalo- dijo el otro muchachito sacándole brillo a los dientes de su animalito.
-          Y yo- dije.
Bajé la escalerita y allí me esperaba la alfombra, que ni bien me senté, levantó vuelo. No tuve tiempo de despedirme de mis compañeros de tarea y me agarré fuerte porque un par de veces pensé que me caía cuando la alfombra giró.



Amanecí cansado como si hubiera trabajado toda la noche y lo primero  que vi fue la carta apoyada en mi mesita de luz. En el mismo sobre encontré la primera pista escrita con letra muy prolija.
Pista 1
“Para encontrar tu regalo
primero tendrás que ir
al lugar donde se mira
quién es que ha de venir”
-          ¡Uy, que complicado! Con tanta ida y venida no se me ocurría nada. Me detuve a pensar un poco y leí otra vez.¡Claro! ¡La mirilla de la puerta de calle. Salí corriendo y allí encontré dobladita, la segunda pista.

Pista 2
“Si el mundo detiene su marcha
triste será su destino.
Gire el mundo hasta Kamchatka
y encontrarás tu camino.”

¡Geografía no es mi fuerte! A ver…gira el mundo- ¡Sí! Seguro!
Fui hasta el globo terráqueo en el escritorio de mi papá y lo giré hasta encontrar la pista pinchadita justo, justo sobre Kamchatka.

Pista 3 (Última)
“Muchos temen que lo elijan
de escondite los fantasmas.
Normalmente las pantuflas
y lo que mamá no barra.”

¡Bien! No es por decir, pero la escoba no es el fuerte de mamá. Así que la pista no ayuda mucho.
Aunque lo de las pantuflas… los fantasmas….Mmmm.¡Sí, ya sé!
¡Efectivamente! Debajo de mi cama, junto a las pantuflas y la tierra acumulada de un par de días, estaba el paquetito. Un tubito dorado, con símbolos extraños y un sello real en el extremo (me di cuenta de que era un sello real porque tenía la figura de una corona).
Rompí el papel (porque me enseñaron que los envoltorios de los regalos deben romperse. No sé por qué. ¡Tal vez sea un invento de los fabricantes de papeles para regalo!), cuidando de no romper el sello.
¡No podía creer lo que veía! Mi regalo era la mismísima alfombra en la que había volado por la noche.
Hice tanto escándalo que vino mi mamá a ver qué pasaba y me encontró saltando sobre la cama con la alfombra en la mano.
-          ¡Sebastián! ¡Cuánta alegría! Qué buena idea tuvieron los Reyes- me dijo mientras guiñaba un ojo- Ahora no se te enfriarán los pies al levantarte hasta que encuentres las pantuflas.
-          ¡Sí claro, mamá! ¡Una idea genial!
Mi mamá se fue a la cocina a preparar el desayuno y yo me quedé revisando mi alfombra.
¡Todavía no, pero en cualquier momento, consigo levantar vuelo! ¡Promesa de Sebastián!
                                                                                                

1 comentario:

  1. Que hermoso cuento de Reyes! Gracias por recordarnos que los sueños dependen de nuestra fe en ellos. Besos y ... quiero más....

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